<p>Hay cierto n&uacute;mero de problemas que constantemente han preocupado a los hombres, pero quiz&aacute;s ninguno ha parecido generalmente tan dif&iacute;cil de resolver como el del origen del Mal, con el que han topado, como con un obst&aacute;culo infranqueable, la mayor&iacute;a de los fil&oacute;sofos y sobre todo los te&oacute;logos: &ldquo;Si Deus est, unde Malum? Si non est, unde Bonum?&rdquo;. Este dilema es, en efecto, insoluble para aquellos que consideran la Creaci&oacute;n como la obra directa de Dios, y que, en consecuencia, est&aacute;n obligados a hacerle responsable del Bien y del Mal. Se dir&aacute; sin duda que esta responsabilidad es atenuada, en cierta medida, por la libertad de las criaturas; pero, si las criaturas pueden escoger entre el Bien y el Mal, es que uno y otro existen ya, al menos en principio; y si son susceptibles de decidirse a veces en favor del Mal en lugar de estar siempre inclinadas siempre hacia el Bien, es que son imperfectas; &iquest;c&oacute;mo entonces Dios, si es perfecto, ha podido crear seres imperfectos?</p><p>&nbsp;</p><p>&nbsp;</p>